LOS CUATRO PILARES DE JMV

LOS CUATROS PILARES DE JMV


1. PRIMER PILAR: COMUNIDAD JUVENIL
            Generalmente, ¿cómo entra un joven a JMV?… Invitado por un amigo/a para participar en alguna actividad y conocer a otros/as jóvenes. JMV comienza siendo un puente tendido entre el joven (con su soledad y sus problemas, sus búsquedas y sus anhelos…) y otros compañeros/as… Poco a poco crece la confianza y la amistad, la persona se siente acogida y tomada en cuenta, comienza a llamarle la atención no sólo lo que hacen en el grupo, sino cómo se relacionan entre sí, hasta que espontáneamente llega la pregunta: ¿qué tengo que hacer para ser uno de vosotros?… y el joven expresa formalmente su deseo de ingresar al grupo. Entra porque quiere estar con otros, caminar con ellos y compartir la vida. A esto lo llamamos, pedagogía del encuentro.
            Muchos jóvenes buscan superar el consumismo, la inmediatez, el individualismo, la tendencia a la comodidad y el rechazo a lo costoso, y desean encontrar espacios para la generosidad, la cercanía, la oración y la solidaridad. En respuesta a una sociedad que despersonaliza y favorece el individualismo, JMV invita a sus miembros a hacer la experiencia del grupo-comunidad, como lugar donde se comparte la vida y la fe, donde uno puede crecer como persona junto a otros, donde aprendemos unos de otros a superarnos personalmente, donde experimentamos nuestro “ser Iglesia” y nos comprometemos con la causa de Jesús, intentando poner nuestras personas y capacidades al servicio de los pobres. La vida en grupo-comunidad es la primera opción pedagógica en nuestra Asociación. El grupo-comunidad es para JMV lugar de crecimiento y maduración, de formación, de experiencia de fe, de celebración y de compromiso, es un medio privilegiado para:
  • la iniciación y maduración en la fe,
  • la confrontación de la realidad con la Palabra de Dios,
  • la conversión y experiencia de vida cristiana,
  • la integración progresiva en la comunidad cristiana más amplia,
  • el compromiso con los Pobres y la Misión, al estilo vicenciano.
            Todo grupo, reunido con fines religiosos o no, tiene su propia evolución. Se desarrolla en un período de tiempo en el que va pasando por etapas sucesivas, muy semejantes a las del crecimiento de las personas, desde el nacimiento hasta la muerte. Cuando se inicia un grupo de JMV, este “nace” como toda persona, con dificultad… Necesita muchos cuidados por parte del animador o asesor, pues existe el peligro de una muerte prematura… El joven comienza a sentir gusto de estar junto a otros, de ser y de sentirse grupo, pero no hay mayor conocimiento interpersonal, existen todavía temores y expectativas no expresados, uno va a las reuniones “a ver qué pasa”… A medida que pasa el tiempo, en la “infancia”, el grupo comienza a crecer, y las personas tienen más confianza entre sí y quieren no sólo estar juntas sino llegar a hacer algo en común. Por eso se trazan unos objetivos, porque quieren saber hacia dónde van. Comienzan entonces a ser un “grupo secundario”, que trabaja para lograr unos fines concretos. Es el tiempo de las primeras catequesis, y también un tiempo de imaginación, de planes, de imitación y de entusiasmos desmedidos…
            Luego llega la “adolescencia” y con ella las crisis de integración y de autoridad, de la búsqueda del sentido del grupo y de su ubicación en la realidad. Es tiempo de incertidumbres y definiciones, de marchas atrás y marchas adelante, en el que muchos deciden retirarse. El grupo busca su identidad… frente a la crisis, el grupo o se autoafirma o se desintegra… Si supera la crisis, el grupo podrá llegar a la “juventud”, un tiempo de mayor estabilidad, donde se profundizan las relaciones humanas, se profundiza en la fe, se adquiere más autonomía respecto al animador, asume compromisos con más seriedad, comienza a tomar opciones, se abre a la realidad que le circunda. La propia maduración los lleva a optar por un sentido más comunitario, a definir sus objetivos de manera más realista y a exigir compromisos concretos y firmes a sus integrantes…
            Al final, un grupo es “adulto” cuando se plantea ser una auténtica comunidad juvenil, con objetivos claros y definidos, con decisión de compartir vida-oración-bienes, con niveles de comunicación profunda, que no sólo se nutre “hacia dentro”, sino que también se compromete “hacia fuera”, con la realidad que le rodea, sirviendo y evangelizando a los pobres, y también haciendo nacer nuevos grupos. No todos los grupos llegan hasta aquí… pero este es el ideal. Una comunidad juvenil puede mantenerse más o menos a lo largo del tiempo, con miembros ya adultos; sobre todo cuando permanecen viviendo y trabajando en una misma localidad. Pero generalmente los grupos terminan por morirse, cuando los miembros tienen que salir de sus localidades por estudios universitarios, o para buscar otro trabajo, o para casarse, etc… Pero no se trata de “morir para desaparecer”, sino de “morir para dar vida”. Quien ha pertenecido a JMV sigue comprometido con Jesús y con la Iglesia allí donde va: busca iniciar nuevos grupos de JMV, o bien ingresa en grupos adultos de la familia vicenciana (AIC, SSVP, AMM, MISEVI…) o en otros movimientos, o bien se compromete en su parroquia, intentando “dar gratis, lo que gratis recibió” (Mt 10,8).
            Como vemos, ni el ser humano ni los grupos nacen hechos; se necesita recorrer un largo camino para llegar a la madurez. Para que un grupo JMV llegue a ser una auténtica comunidad juvenil, hay que enseñar progresivamente a los jóvenes a convivir con otros, aceptando y valorando a cada persona, con sus cualidades y defectos, a ser capaz de renunciar a sus intereses personales en favor de los demás, a trabajar en equipo, a dialogar, a servir a los demás y a proyectarse en su entorno. La experiencia de grupo es el punto de partida para abrirse poco a poco a relaciones cada vez más amplias y comprometidas… El grupo es algo así como una experiencia de Iglesia “en pequeño”, que lo debe ayudar a descubrir progresivamente a la gran comunidad de los creyentes, que es la Iglesia. Por ser comunidad eclesial, todo grupo de JMV sueña con realidad el ideal de los Hechos de los Apóstoles: “La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos… gozaban todos de gran simpatía. No había entre ellos ningún necesitado, porque… se repartía a cada uno según su necesidad” (Hch 4, 32-35. Cfr. Hch 2, 42-47). Esta es la meta que debemos alcanzar, el primer objetivo que tiene delante de sí el animador/a o el asesor/a de JMV: ayudar al joven a vivir la experiencia del grupo-comunidad, a colaborar en objetivos comunes, mantener un clima de fraternidad y diálogo, que permita al grupo madurar, hasta convertirse en una auténtica “comunidad juvenil”. El futuro de JMV dependerá en gran medida de que este dinamismo comunitario sea profundo, esté bien orientado y bien acompañado.
Preguntémonos:
¿Cómo se vive en tu grupo la pedagogía del encuentro?…¿cuánta atención estás prestando al acompañamiento del proceso grupal?…
¿Los miembros de tu grupo sienten a JMV como un “hogar”, como un lugar de “encuentro”, de “crecimiento”, de “compromiso”?…
¿En qué etapa del proceso grupal se encuentra tu grupo?, ¿por qué?…
¿Estamos ayudando a los jóvenes a pasar de la experiencia de “grupo” a la experiencia de “comunidad juvenil”?
2. SEGUNDO PILAR: ESPIRITUALIDAD
            Una vez dentro del grupo el joven no sólo se encuentra con los otros, sino también con el Otro. Descubre, como aquellos discípulos de Emaús, que hay Alguien que le ha estado acompañando desde el principio, que comprende sus inquietudes y le ofrece un nuevo sentido a su vida. En el grupo, el joven descubre a Jesucristo, su persona, su mensaje, su misión. Este es el segundo pilar que hay que colocar: ofrecer al joven la oportunidad de un encuentro personal con Cristo vivo y resucitado, de manera que pueda experimentar la verdad de aquellas palabras: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). Porque nuestros grupos son ante todo “grupos de fe”, estar en JMV es decidirse a seguir a Cristo, aprendiendo a ser sus discípulos en la escuela de María de Nazaret y de San Vicente de Paúl, patronos de la Asociación. Los miembros de JMV queremos contemplar a Cristo “con María y desde María”. Queremos contemplar “a Cristo en los pobres y a los pobres en Cristo”. Para que esto sea una experiencia y no un bonito eslogan, hemos de cuidar de manera especial dos momentos fuertes en la vida de nuestros grupos:
a)         Los tiempos de oración e interiorización: En JMV hay que aprender a “vivir y orar, como María, en sencillez y humildad” (Est. Int, 9.2), ante todo, mediante la escucha personal y comunitaria de la Palabra de Dios. Una auténtica pedagogía de la oración, ha llevar a nuestros miembros a tener familiaridad con la Sagrada Escritura, a sentir gusto por la meditación diaria del Evangelio, a querer profundizarla cada vez más, para que como María podamos llevarla a la vida. No conozco otro medio mejor para crecer en la fe que poner a los jóvenes en contacto directo con la Palabra. Enseñen a los jóvenes a hacer la “lectio divina”: a leer, meditar, orar y contemplar la Palabra. Y luego, invítenles a que esta palabra continúe resonando a lo largo del día, con el rezo del rosario, llevando a la práctica la antigua máxima espiritual: “A Jesús con María”. Nuestros miembros descubrirán la interioridad si nuestros grupos se convierten en auténticas escuelas de oración. Una oración que nazca de la vida y lleve al compromiso, a la vida. Una oración que nos haga “contemplativos en la acción”.
b)         Los tiempos de celebración, especialmente la Eucaristía: A medida que se avanza en JMV, el joven siente necesidad de expresar y compartir la fe con los demás. Por eso descubre en la liturgia, especialmente en la Eucaristía, la cumbre hacia la cual tiende toda la actividad de JMV y a su vez la fuente de donde mana toda su fuerza (Concilio Vaticano II, SC 10). No se edifica ningún grupo cristiano si no tiene como raíz y quicio la Eucaristía; por ella hay que empezar toda formación para el espíritu de grupo en la fe (Concilio Vaticano II, PO 6). En JMV tenemos un estilo común de celebrar le fe: festivo, sin dejar de ser profundo, muy activo y participativo, donde se valora mucho lo simbólico, donde los jóvenes expresan todo lo que son con cantos, danzas, gestos, silencios… Es muy importante ayudar a los jóvenes a salir de la rutina y a descubrir el valor de la Eucaristía, como el momento más importante de encuentro con Cristo vivo.
            Además de cristocéntrica, la espiritualidad de JMV es también “mariana” y “vicenciana”. El punto de encuentro de ambas dimensiones lo constituye la contemplación de la Virgen del Magníficat (Cf. Lc 4, 18; Est.Int,2,9). Inspirados en el cántico del Magníficat, los miembros de JMV:
  • Hacemos una opción clara por Dios como único absoluto,
  • Queremos vivir en actitud de alegría y agradecimiento, por las maravillas que Dios hace en nosotros,
  • Queremos vivir una espiritualidad encarnada y comprometida, poniéndonos de parte de los pobres y los débiles, para mostrarles “la entrañable misericordia de nuestro Dios” (Lc 1,78).
  • Asumimos un estilo propio de vida, inspirado en los cuatro valores virtudes tradicionales en la Asociación:
a.         Espíritu de colaboración (humildad): nos mueve a cultivar el valor de las pequeñas aportaciones, trabajando en la búsqueda del bien común, superando actitudes individualistas, sin temor a comprometernos en grandes obras, reconociendo que Dios obra en y con nosotros.
b.         Búsqueda de la voluntad de Dios (obediencia): nos lleva a discernir juntos las opciones a realizar, a la luz de la Palabra de Dios, y a aceptar las decisiones tomadas por el grupo, encauzando el protagonismo juvenil.
c.         Solidaridad con los pobres (caridad): nos pide implicar nuestros bienes y cualidades personales en la atención integral a los pobres, abandonados y marginados de nuestra sociedad, sin dejarnos dominar por el consumismo y la publicidad.
d.         Transparencia (pureza): nos lleva a vivir honestamente la maduración afectivo-sexual, integrando con gozo en nuestra vida el valor de la castidad y la fidelidad, sin ceder al espíritu hedonista que nos rodea.
            Esta es nuestra espiritualidad propia, nuestro camino personal de santificación. ¡Es todo un programa de vida! . Para que la experiencia de Dios vaya calando, es bueno recomendar a todos nuestros miembros que elaboren su Proyecto Personal de Vida, para recoger el estilo de vida cristiano que quieren ir asumiendo y los pasos concretos que se marcan para conseguirlo. También es bueno recomendarles contar con un acompañante espiritual, que les ayude a integrar, desde el Proyecto Personal, las diferentes dimensiones de su vida y a dar pasos firmes en la maduración de la fe.
Preguntémonos:
¿Los jóvenes encuentran en JMV una “escuela de oración”… cuando vienen al grupo, se encuentran con Cristo vivo?…
¿Cómo desarrollar en tu grupo una pedagogía de la oración, que lleve a los jóvenes a tener mayor familiaridad con la Escritura y más gusto en celebrar la Eucaristía?…
¿Qué es para ti lo más importante de la “espiritualidad del Magnificat”?…
¿Estamos utilizando el “proyecto de vida” y el “acompañamiento espiritual” como medios para crecer en la espiritualidad propia de JMV?…
3. TERCER PILAR: APOSTOLADO
            Cuando un joven ha descubierto a Cristo vivo desde la experiencia de un grupo-comunidad, busca casi instintivamente compartir este gran tesoro con quienes le rodean, se hace apóstol y servidor. Llega a sentir lo mismo que san Pablo: “¡Ay de mí si no anunciara el Evangelio!” (1 Cor 9,16). O puede decir con San Vicente: “No me basta con amar a Dios, si mi prójimo no le ama” (XI-4, 553). El apostolado es el tercero de los pilares sobre el cual se apoya la vida de nuestros grupos. Inspirados en las cuatro notas que nos identifican (Est.Int, 5), JMV quiere hacerse presente en el mundo y en la Iglesia como sal, luz y fermento (Mt 5, 13-16).
            Porque somos una Asociación ECLESIAL, insertamos progresivamente nuestros grupos en la vida y proyectos diocesanos y parroquiales, poniéndonos a disposición del Obispo y de los párrocos para colaborar activamente en el trabajo pastoral y en la animación de las comunidades cristianas, mediante la evangelización y la catequesis, la animación litúrgica, los servicios de caridad y asistencia social. La parroquia constituye para nosotros la experiencia más cercana y completa de Iglesia, “comunidad de comunidades y movimientos”. Por eso, la parroquia se convierte en comunidad adulta de referencia para JMV. No hay que tener miedo a perder la identidad; al contrario, hay que ofrecer la riqueza de nuestro carisma mariano y vicenciano como un don para la Iglesia local, conservando nuestra autonomía como Asociación de fieles. A pesar de las dificultades que pueda haber al principio, los párrocos y los Obispos aceptarán gustosos a JMV si vamos en plan de servicio y colaboración, con sencillez y humildad. El futuro de JMV depende –entre otras cosas- de nuestra capacidad de insertarnos en las Diócesis y de fundar nuevos grupos en parroquias.
            Por nuestras raíces MARIANAS, nos comprometemos a hacer presente en las comunidades cristianas la solicitud de María, que nos invita a “hacer lo que Jesús nos diga” (Jn 2,5) y a recibirla como Madre en nuestra casa (Jn 19,27). Por eso, además de tomarla como modelo de nuestra vida espiritual y de nuestra actividad apostólica, difundimos –por diferentes medios- el mensaje contenido en la Medalla Milagrosa y procuramos que se celebren con devoción sus fiestas, especialmente aquellas con más sabor vicenciano: la Inmaculada Concepción (8 de diciembre), la Anunciación (25 de marzo) y la Visitación (31 de mayo).
            Como VICENCIANOS, estamos convencidos que “servir a los pobres es servir a Jesucristo” (IX-1, 240. Cf. Mt 25,40). Y que “el amor es infinitamente inventivo” (XI-3,65). Ésta es quizá la nota que más se hace sentir en nuestro apostolado. Desde sus orígenes, la Asociación fue confiada por María al cuidado de la familia espiritual de San Vicente: en la persona de Santa Catalina Labouré y el P. Juan María Aladel. Este hecho, lleva implícita la adhesión al carisma vicenciano. Por eso, en JMV, intentamos que los jóvenes descubran los injustos contrastes de este mundo en el que nos ha tocado vivir…y a la luz de la fe, se comprometan como actores y protagonistas…A escuchar las llamadas de los pobres y buscar juntos respuestas creativas… De la mano de María, construyendo una Iglesia joven, servidora de los pobres…
            Podríamos decir que no hay miseria alguna que pueda considerarse como extraña a un miembro de JMV. Por eso, nuestros grupos organizan o colaboran en proyectos de servicio organizado y sistemático, entre los más pobres, de manera que ellos sean sujetos activos de su propio desarrollo (campañas de alfabetización, asistencia en hogares de ancianos o discapacitados, hospitales, atendiendo a enfermos o familias en situación de abandono, etc). Es muy importante que desde los primeros momentos de su pertenencia a JMV, los jóvenes entren en contacto personal con los pobres, que aprendan a escucharles y a brindarles amistad, que se hagan sensibles ante el dolor ajeno y que busquen las maneras para ayudarles a salir de su situación. Nuestra piedad mariana sería vacía e infructuosa si no desemboca en un compromiso con los pobres, al estilo vicenciano.
            Además de la atención directa a los pobres, existe también otro campo propio para nuestro trabajo apostólico: la atención a la juventud abandonada. En el siglo XIX Las Congregaciones Marianas entonces existentes (de los Jesuitas, o de las Religiosas del Sagrado Corazón, etc) reducían su campo de acción a una clase social selecta y alta. En cambio, la Asociación que la Virgen pidió a Santa Catalina tenía como meta evangelizar, ayudar, servir y promocionar a los jóvenes de medios obreros y ambientes populares. JMV nació fundamentalmente como una respuesta pastoral a la difícil situación que vivían en ese momento los jóvenes de las clases más desfavorecidas. Con San Vicente, nosotros también podemos decir del mundo de los jóvenes marginados o en situación de riesgo que “darles a conocer a Dios, anunciarles a Jesucristo, decirles que está cerca el reino de Dios y que ese reino es para ellos” (XI, 387)… Ese es otro apostolado propio y urgente para JMV
            Creo que es justo que nos hagamos una pregunta: ¿Cómo transmitir a los jóvenes del siglo XXI el el carisma vicenciano? ¿cómo hacer de ellos unos Buenos Samaritanos, como lo fueron Vicente de Paúl y Luisa de Marillac, en su tiempo?…En el documento “Rol y tareas de los Asesores en JMV” se propone una pedagogía del servicio transformador, que suscite en los jóvenes no sólo actitudes y gestos concretos de solidaridad con los pobres sino sobre todo un compromiso permanente por construir un nuevo modelo de sociedad. ¿Qué pasos podemos dar en nuestros grupos para desarrollar esta pedagogía del servicio transformador? Ayudando a los jóvenes a dar los pasos que dio el Buen Samaritano (Lc 10,25-37):
  • Eduquen la mirada: el samaritano “llegó junto a él y lo vio”, miró la realidad del pobre y escuchó su clamor, la palpó con sus manos. Conocer el mundo de los pobres y la pobreza es el primer paso para que se de en el interior del joven la sensibilización… El mejor servicio que los vicencianos adultos pueden ofrecer a los jóvenes es brindarnos la posibilidad de abrirnos a la realidad que diariamente viven los pobres, enseñarnos a mirarla a la cara, a ponerle nombre y a dejarnos afectar cordialmente por ella, en la esperanza de que este encuentro impulse semillas de transformación social.
  • Eduquen el corazón: “y al verlo, se llenó de compasión”… hay que enseñar a los jóvenes no sólo a ver la realidad sino también a sentirla, a vivir la misericordia como talante del corazón. Es algo más que un simple sentimiento de compasión… más bien es una pasión que nos lleva a aproximarnos con amor al que sufre, implicándonos en su sufrimiento hasta las últimas consecuencias. Todo lo contrario a hacernos los desentendidos y pasar de largo… Hay que enseñar a los jóvenes a ser sensibles, a tener un corazón de carne y no de piedra, a vivir ese talante solidario, como Jesús, que “nunca permaneció indiferente ante el sufrimiento humano” (Misal Romano, Plegaria Vb).
  • Eduquen las manos: “acercándose, le vendó las heridas”… para ser samaritano hay que “bajarse del caballo” y ensuciarse las manos, vendar y curar. Esto exige un acompañamiento paciente de los jóvenes que se inician en el servicio, para que no sólo nos echen una mano en el trabajo, sino que también lo vinculen a un proceso de acción-reflexión permanente y gradual. La inconstancia y el desánimo, los miedos y carencias que el joven experimenta, han de ser vencidos por el testimonio de vicencianos/as adultos que día a día y año tras año, simplemente gastan su vida en el servicio humilde y alegre a los demás.
  • Asociarnos a otros para transformar la realidad: “sacó dos monedas y se las dio al posadero diciéndole: cuídalo”… Finalmente, para ser buen alumno en la escuela de San Vicente, hay que saber que no basta solidarizarnos individualmente con la curación del hermano, si no implicamos a otros en esta tarea comunitaria y social e intentamos organizar a la gente para atacar el problema desde sus causas y juntos re-hacer el camino de Jerusalén a Jericó, de modo que nunca más sigan cayendo hermanos y hermanas nuestros al borde del camino, víctimas del egoísmo de otros hombres. La tarea es tan grande que nadie puede sólo hacerlo todo. Hay que implicar al joven y a los grupos con otros, dentro y fuera de la Iglesia, en organizaciones de ayuda (asistenciales, de promoción humana, de denuncia profética de las injusticias, que intentan el cambio de estructuras, que investigan e inciden sobre las causas de la pobreza…). Esta ha de ser la meta del itinerario pedagógico que intenta hacer de los jóvenes buenos samaritanos.
            Eduquen las manos: “acercándose, le vendó las heridas”… para ser samaritano hay que “bajarse del caballo” y ensuciarse las manos, vendar y curar. Esto exige un acompañamiento paciente de los jóvenes que se inician en el servicio, para que no sólo nos echen una mano en el trabajo, sino que también lo vinculen a un proceso de acción-reflexión permanente y gradual. La inconstancia y el desánimo, los miedos y carencias que el joven experimenta, han de ser vencidos por el testimonio de vicencianos/as adultos que día a día y año tras año, simplemente gastan su vida en el servicio humilde y alegre a los demás.
            La formación es un camino permanente de crecimiento, que el joven ya ha comenzado antes de ingresar en JMV (en la familia, la escuela, la parroquia, etc), cuya finalidad es que Cristo sea formado en nuestro corazón y en nuestra vida, hasta que alcancemos el estado del hombre perfecto, y lleguemos a la madurez en Cristo (Ef 4,13). Formar es, por tanto, engendrar a Jesús en los otros, o más bien engendrar a los otros para Cristo (San Bernardo, Sermón 51:9,567). En JMV queremos ofrecer un proceso de formación que partiendo de su situación concreta, convierta al joven en sujeto de su propio desarrollo, en autor y actor de su proyecto de vida. El punto de llegada de este proceso, o la meta a la que el joven debe llegar es: Madurar como persona, optando por Cristo como referencia fundamental y tomando a María como modelo de creyente, para que desde una comunidad cristiana adulta, el joven se comprometa en la transformación del mundo desde el compromiso con los más pobres.
            Para conseguir una meta tan ambiciosa, en JMV optamos por una pastoral de procesos, guiada por un proyecto formativo, bien articulado, que no se contente con realizar múltiples actividades de entretenimiento pastoral, sin conexión alguna entre sí. Cada país es responsable de crear y organizar su propio proyecto, siguiendo una sucesión ordenada de etapas o momentos educativos, diferenciados según la edad, el nivel de maduración y el grado de compromiso de los miembros. Cada etapa, debe relacionarse con las etapas de crecimiento de la persona y con los objetivos que persigue nuestra Asociación.
            La Asociación propone que los proyectos y planes de formación, se desarrollen estas cuatro dimensiones que nos parecen las fundamentales:
Maduración Humano-Cristiana: Atención especial al crecimiento personal, la adquisición de valores, actitudes y criterios para orientar su propia vida, clarificación del proyecto personal de vida, experimentar la propia vida como Historia de Salvación, experiencia de la persona de Jesús y su mensaje, unificación entre fe y vida, a partir de un camino de conversión.
Experiencia Comunitaria y Eclesial: Abrirse a los otros y desarrollar capacidades para relacionarse con los demás, a partir de la vida en grupos de fe, descubrirse llamado a formar parte del pueblo de Dios, cultivar de los valores de la vida eclesial, integrarse progresivamente y participar en la vida de la comunidad cristiana concreta (parroquia y Diócesis), tomando como propios los intereses de la Iglesia Local y Universal.
Espiritualidad Mariana-Vicenciana: Organizar la propia vida desde el seguimiento de Jesucristo como evangelizador de los pobres, vivir y orar como María, asumiendo la espiritualidad del Magnificat, vivir actitudes concretas de caridad, humildad, disponibilidad y sencillez, dedicando tiempo y energías a proyectos concretos de evangelización y servicio entre los pobres.
Compromiso Social y Misionero: Análisis crítico-creyente de la realidad, conocimiento de los diversos campos abiertos al compromiso cristiano, acción apostólica en diversos ambientes juveniles y entre los más abandonados, compromiso socio-político, vivencia de la catolicidad (universalidad) en clave de cooperación misionera y de disponibilidad para ir a donde la Iglesia y los pobres nos necesiten.
            El proceso formativo debe conducir a cada miembro al discernimiento y la opción vocacional, que es el vértice de todo crecimiento humano y cristiano (Cfr. J.P.II, Ch.L, 55-56.58). Llegado el momento de la opción vocacional, cada joven ha de situarse y buscar una forma estable desde la cual seguir viviendo su opción por la vida cristiana y por el carisma vicenciano. En JMV, a este momento especial dentro del proceso lo llamamos “desembocadura”. No hay una auténtica pastoral con jóvenes mientras no les ofrezcamos una orientación vocacional amplia que genere en ellos una actitud de disponibilidad al proyecto de Dios sobre cada uno. Queremos ayudar a los jóvenes a descubrir, desde los dones que cada uno ha recibido, el lugar concreto desde el cual Dios les invita a realizar la misión compartida, al servicio del Reino. Ahora bien, en JMV no hay una única manera de desembocadura del proceso formativo. Creemos que todas las experiencias son válidas y enriquecedoras siempre y cuando supongan:
  • Una forma estable (adulta) de vivir la vida cristiana y el carisma vicenciano.
  • Un compromiso de vida en la Iglesia.
  • Reconocimiento y aceptación de que la llamada es personal.
Al terminar el proceso formativo, a un JMV se le presentan múltiples posibilidades:
  • como laico (casado o soltero), ya sea dentro de JMV como animador o asesor, o fuera de JMV, en otros grupos laicales de la Familia Vicenciana (AIC, SSVP, AMM, MISEVI).
  • como consagrado (sacerdote o religioso/a),
  • En otras instancias, asociaciones u organizaciones, eclesiales o extra-eclesiales,
  • como misionero seglar…
            Todo desemboque es válido y aceptable, siempre que se haga de cara a Dios y a los pobres. Lo que no podría concebirse es que un joven “pase” por JMV y “salga” sin un compromiso de vida en la Iglesia o en el mundo, sin una opción clara, sin metas evangélicas o vicencianas. Eso sería señal de que el proceso se ha truncado o no ha culminado satisfactoriamente. Por eso, la formación que ofrecemos a los jóvenes en JMV debe tener una amplia visión de futuro.
Preguntémonos:
¿Crees que JMV en tu país ha optado ya por una pastoral de procesos, o continúa en una pastoral de actividades?…
¿Crees que la formación que ofreces a los jóvenes, parte de la vida y situación concreta de cada uno y les sirve para la vida?
¿Cuál de las cuatro dimensiones del proceso formativo sueles olvidar con más frecuencia? ¿Qué hacer para trabajarla mejor?…
¿Estás ofreciendo a los jóvenes una amplia orientación vocacional, que les conduzca a una óptima desembocadura?
0. Conclusión
            Queridos Padres, Hermanas y jóvenes: si alguna vez vais por España, os invito a no dejar de visitar Ávila. Al entrar en la ciudad, haced un alto en “Los cuatro postes” y tendréis la vista más hermosa de la ciudad y sus murallas. Si trabajáis en JMV, os invito a no desatender estos cuatro pilares: vida del grupo-comunidad, espiritualidad cristiana-mariana-vicenciana, apostolado entre los pobres y los jóvenes en situación de riesgo, y formación integral. Sólo desde allí podréis dar respuesta a los interrogantes profundos de los jóvenes, en fidelidad al mensaje que María regaló a Catalina Labouré en 1830.
            Hago mía las palabras del Papa: “En este mes de mayo, dedicado de manera especial a la Madre del Señor, os invito a vosotros, queridos jóvenes, a entrar en la escuela de María para aprender a amar y seguir a Cristo por encima de cualquier cosa” (Benedicto XVI, 04-05-05).
Pedro Castillo, CM

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